Cuando llegas a la universidad, llegas con la mochila cargada de expectativas. Pero a mí nadie me avisó de que, además de estudiar, iba a tener que desarrollar una habilidad que no tenía muy acentuada por aquel entonces: la paciencia.
Y no precisamente una paciencia tranquila o deseada, sino más parecida a una paciencia de resignación. Un tipo de paciencia que entrenas para no perder los nervios mientras el tiempo pasa y tú sigues sin encontrarle mucho el sentido a lo que haces.
Cuando empecé la carrera, lo hice como casi todo el mundo: sin tenerlo del todo claro, pero con ilusión. Con la sensación de estar entrando en “una nueva etapa”… la gran frase. La selectividad superada con una nota que nunca imaginé sacar (aunque tampoco la necesitaba), empezar a coger el tren en vez del autobús y conocer rincones de otra ciudad que, aunque la tuviese cerca, era una incógnita bastante grande para mí. Un primer año bonito, pero completamente inocente. De primeras conexiones y de un entusiasmo ingenuo ante la novedad.
Luego llega lo otro. La lentitud. La rutina. La claridad después de la adrenalina. Las asignaturas que no despiertan nada y el temario enfocado en memorizar en vez de en entender. Después de esto, llegan las dudas, la frustración, y las eternas preguntas.
¿Me he equivocado? ¿Y si esto no es lo que me llena? Y si no es esto, ¿qué lo hace?
Y ahí es cuando la paciencia se convierte en una pura herramienta de supervivencia. Esta herramienta ayuda para seguir cumpliendo con lo mínimo mientras intentas buscar aire y no ahogarte. A dejar de exigirle al presente que sea certero y, no tomarse tan en serio al sistema y tomarse más en serio a una misma.
Hay días en los que te preguntas si todo esto merece la pena. Si estar ahí, aguantando porque no queda otra, conlleva algún tipo de avance. Y aunque esté en mi penúltimo año de carrera y todos los días sueñe con rebobinar el tiempo, pienso que estos cuatro años me habrán servido para darme cuenta de que no ha sido mi sitio, pero eso no definirá lo que venga después.
Porque, mientras intento sobrevivir y llegar a la meta, empecé a mirar a los lados en vez de al frente. Descubrí (y estoy descubriendo) intereses que van más allá de los PowerPoints en Comic Sans que llevo viendo desde 2022. Y ahí también se gesta algo que llevo ansiando desde que empecé con las dudas: el deseo de una nueva vida.
La universidad no me habrá enseñado todo lo que prometía, pero me ha obligado a saber esperar. Porque una también crece mientras se aburre, mientras se frustra, mientras duda. Y aunque haya etapas que no se salvan ni idealizándolas, hay que entender que no todo lo que hagas en la vida tiene que ser épico.
Y cuando algo te hace sentir incómoda, es porque sabes que ahí fuera hay otro camino que tiene tu nombre y apellidos.
La universidad es un momento importante en la vida, conoces personas que probablemente se convertirán en tus amigos para el resto del tramo de tu vida y verás otra visión del mundo (esto no siempre es bueno) pero es necesario
La universidad me ha enseñado la paciencia y empatía con los equipos de trabajo jajajaja🤯